Un día en la FNUCK
Pequeña Vq me pide que explique el caso y como (por unos días) es mi jefa, acato sus órdenes.
Todo empezó un día como cualquier otro: la gente hacía peticiones razonables, La sombra del viento seguía sin editarse en bolsillo... Lo normal. Demasiado normal. Seguro que todos habéis pasado por esos días en los que todo es tan aburrido que pones el piloto automático para trabajar. Debí darme cuenta de que algo iba a pasar cuando vi el libro de Jiménez Losantos en política y no me lo llevé a humor, que es su sitio (en la FNUCK somos modernos). Un tipo se me acercó y me preguntó: "¿tienes biblias?". A lo que mi piloto automático contestó, mientras me iba al ordenador: "¿sabes el autor?".
Entonces le miré y supe que la había cagado.
- Autor, ¿eh? -respondió cual Snape-. Pues ahora que hablas de autores, también quiero una copia de todos mis libros.
- Aaaaaaaaaah, sí... estoooooo... ¿usted es...?
- César Vidal.
¡¡¡NOOOOOOOOOO!!! Desesperado, miré a mi alrededor en busca de ayuda, pero mis compañeros estaban ocupados con el libro impermeable que acabábamos de recibir y la manguera de incendios.
- ¿Y no prefiere La sombra del viento en bolsillo? -pregunté para ganar tiempo.
- ¡Ah! ¿Ya ha salido? Mira, pues sí.
Le di unas indicaciones y aproveché la distracción para ocultarme. Saltaba tras un montón de libros amarillos cuando oí un bramido: "no es bolsillo. ¡¡¡ES RÚSTICA!!!".
Me creía a salvo, pero los libros amarillos eran ¡¡La cena secreta!! Ni Javier Sierra ni yo contábamos con un éxito editorial tan grande que me dejó al descubierto en menos de cinco segundos. Corrí mientras César Vidal me perseguía lanzándome unos libros que escribía sobre la marcha. Hasta que, al grito de "¡un chaleco granate!", una octogenaria se lanzó sobre mí, agarrándome de la citada prenda mientras me decía: "estoy buscando un libro". La única forma de deshacerme de ella era quitándome el chaleco granate, así que... lo hice.
El chaleco cayó al suelo mientras la octogenaria insistía en preguntarle si trabajaba allí y César Vidal sacaba la artillería pesada, pasando de la novela al ensayo.
Todo había salido bien... hasta que, junto a mis compañeros, palmeándoles la espalda por el control de calidad que estaban realizando, apareció el Sumo VQ (o RD Supremo):
- Chico, ¿sabes que no puedes quitarte el chaleco en la tienda?
Y esa es la razón por la que estoy en mi casa, sufriendo un trastorno obsesivo-compulsivo que me obliga a ordenar todos los libros que encuentro a mi paso, armado del chaleco granate que debo conservar hasta la ceremonia en la que nombren portador del mismo a mi sustituto. El pobre...
4 comentarios:
Anomalín, recuerdo el día que fui a la FNUCK a por un libro de Bárbara Cartland para una fista rosa que estábamos organizando (todo tenía que ser rosa, la comida, la bebida, la decoración, los atuendos de los invitados...) en honor a la abuelastra de Lady Di que acababa de morir.
Con la vergüenza que pasé para preguntar al chico-del-chaleco-con-pinta-de-guay, y encima no había nada de Bárbara. Ni en español ni en inglés.
gosh! esta entrada es un homenaje total a Cels Piñols! :S (mítico fan fatal y fan con nata!)
;D
Be, me suena algo de esa fiesta rosa, pero a la Cartland te la hubiera mirado en el ordenador. Si me hubieras preguntado por libros rosa, tenemos todo lo de la sonrisa vertical.
Chav, no lo había pensado, pero se da un aire, sí.
mancantau!!!...ha sido súpergráfico, típico sueño recurrente del que se obsesiona con algo demasiado rutinario (y hortera) como un chaleco granate...Freud tendría algo que decir?.....Lo mejor, "César Vidal me perseguía lanzándome libros que escribía sobre la marcha"....
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