Ramón era famoso. Lo había sido. Más o menos. Está bien: Ramón era un concursante de Operación Triunfo 3. Concretamente el primer expulsado.
En las fiestas familiares, Ramón era el centro de atención, cantando villancicos o el cumpleaños feliz. Aunque seguía doliéndole que todavía hubiera alguna tía que le dijera: “cantas muy bien, hijo. Deberías presentarte a un concurso de esos de la tele”.
Todos los días, Ramón acudía a fiestas en locales de moda, donde conseguía entrar enseñando una portada del TP en la que se le veía de fondo, cada vez menos, gastada como estaba por el uso.
Una de aquellas noches, Ramón logró colarse en la fiesta de navidad de una conocida cadena de televisión. Allí estaba, dejándose ver e intentando ser fotografiado con presentadores, actores... con un cámara siquiera. Notó entonces que una mujer le hacía señas desde la barra: “chico, llevo un tiempo pendiente de ti. Tienes que venir a mi programa. El lunes... no, el martes. Tú pregunta por La agenda de Paloma y enseña esto, que te dejarán pasar”. La mujer le tendió a Ramón una tarjeta con un nombre y la palabra “productora” e intentó alejarse de la barra. Algo se lo impedía. Quizá los cincuenta individuos que pretendían estrujar la barra libre hasta la última gota.
El martes siguiente, Ramón acudió a los estudios de la conocida cadena de televisión y comprobó, con cierto alivio, que la tarjeta le franqueaba el paso. Mientras le acompañaban a la sala de invitados, pensó que ya podía tirar el TP. La revista, no el premio. Cuando entró en el cuarto empezó a extrañarse: allí no había cantantes. Ni famosos. No tuvo mucho tiempo para reflexionar, porque él era el primer invitado. Fue en el plató cuando lo entendió todo: ¡el tema del día era “me cuelo en fiestas de famosos”!
Ramón montó en cólera y se enfrentó, en directo y frente a las cámaras, con la presentadora, que aguantaba el chaparrón mientras por el pinganillo le informaban de la monumental crecida de audiencia.
La escena salió en todos los zappings del país y las cadenas invitaban a Ramón a tertulias, corrillos y demás tomates. A punto estuvo de desbancar a Ramoncín (era ridículo que ambos coincidieran en el mismo debate).
Meses más tarde, se reencontró con la productora en cuestión. Ya no quería arrancarle la tráquea, pero seguía teniendo curiosidad: “¿por qué me mandaste a ese programa si sabías quien era?”
Ella apuró el whisky y le miró: “pero ¿tú eras conocido antes de salir en mi programa?”.